DOS GRANDES: SILVESTRE REVUELTAS Y PABLO NERUDA
POR: GUILLERMO OROZCO R.
Pablo Neruda (Seudónimo de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto; Parral, Chile, 1904 – Santiago de Chile, 1973)
Pablo Neruda vive en México un corto tiempo del 21 de agosto de 1941 hasta fines de agosto de 1943, en que funge como cónsul general. En ese corto periodo apenas llegado a la capital del país, entabla una estrecha amistad con el genial músico Silvestre Revueltas, amistad que se extiende a José y a toda la familia, a tal grado que la muerte del músico duranguense el 5 de octubre de 1940, lo inspira para la creación de su oratorio menor.
En honor a ambos personajes es que transcribo lo que Neruda narra sobre Silvestre:
La familia Revueltas tiene «ángel». En un país de creación perpetua, como el país hermano, ellos se revelaron excelentes y superdotados. Es una familia eficaz en la música, el idioma, en los escenarios. Pasa como con los parra de Chile, familia poética y folklórica con talento granado y desgranado.
Una tarde, al regresar de mis trabajos, encontré a un desconocido sentado en la sala de mi casa, en la ciudad de México. Yo no le veía claramente la cara porque se había puesto uno de mis sombreros de paja, pequeño y multicolor, comprado en una Feria. Debajo de sus alas una melena profusa y entrecana protegía su robusto cuello. Más abajo, venían unos hombros de coloso y un traje desaliñado. Junto a él había varias botellas de mi precioso vino chileno, estrictamente vacías. Se trataba del más grande, más original y poderoso compositor de México: Silvestre Revueltas.
Me senté frente a él y de pronto levantó su cabeza de minotauro. Apenas abrió los ojos, me dijo: –Tráeme otra botella. Hace ya varias horas que te espero. Se me ocurrió pensar esta mañana que puedo morirme un día de éstos sin haberte conocido. Por eso estoy aquí. ¿Es malo que los hermanos no se conozcan? Era fantástico, pletórico y pueril. Era el gigante genial de la música de México. Tres días y tres noches se pasó en mi casa. Yo salía a mis quehaceres y volvía a encontrarlo sentado esperándome en el mismo sillón.
Repasamos nuestras vidas y las vidas ajenas. Conversábamos hasta muy tarde en la noche y luego él se echaba sobre una cama con el traje y los zapatos puestos. Al verlo dormido, yo le dejaba otra botella de vino, abierta, cerca de su inmensa cabeza. Así como llegó a mi casa, un día desapareció sin despedirse y sin ceremonia. Se había ido a dirigir los ensayos de su “Renacuajo paseador”, ballet clásico de nuestra época contemporánea.
Algún tiempo después, la noche del estreno, estaba yo en un palco. En el programa se acercaba el momento en que debía presentarse Silvestre a dirigir su obra. Pero ese momento no llegó. Sentí que desde la sombra me tocaban el hombro. Su hermano José Revueltas me susurró: -Vengo de casa. Acaba de morir Silvestre. Eres el primero en saberlo. Salimos a conversar. Me contó que se había agravado en los últimos días y que poco antes de morir había pedido que colgaran en la pared, frente a su lecho, el sombrerito de paja que se llevó aquella vez. Al día siguiente lo enterramos. Yo leí mi «Oratorio menor», dedicado a su memoria. Nunca un muerto me había oído con más cuidado. Porque mi poema lo sacaba de las circunstancias y del territorio para darle la verdadera dimensión continental que le correspondía.
Ante su cadáver Neruda, recitó su oratorio menor.
A Silvestre Revueltas, de México, en su muerte
Cuando un hombre como Silvestre Revueltas
vuelve definitivamente a la tierra,
hay un rumor, una ola
de voz y llanto que prepara y propaga su partida.
Las pequeñas raíces dicen a los cereales: “Murió Silvestre”,
y el trigo ondula su nombre en las laderas
y luego el pan lo sabe
todos los árboles de América ya lo saben
y también las flores heladas de nuestra región ártica.
Las gotas de agua lo transmiten,
los ríos indomables de la Araucanía ya saben la noticia.
De ventisquero a lago, de lago a planta,
de planta a fuego, de fuego a humo:
todo lo que arde, canta, florece, baila y revive,
todo lo permanente, alto y profundo de nuestra América lo acogen:
pianos y pájaros, sueños y sonido, la red palpitante
que une en el aire todos nuestros climas,
tiembla y traslada el coro funeral.
Silvestre ha muerto, Silvestre ha entrado en su música total
en su silencio sonoro.
Hijo de la tierra, niño de la tierra, desde hoy entras en el tiempo.
Desde hoy tu nombre lleno de música volará cuando se toque tu patria, como desde una
campana,
con un sonido nunca oído, con el sonido de lo que fuiste, hermano.
Tu corazón de catedral nos cubre en este instante, como el firmamento
y tu canto grande y grandioso, tu ternura volcánica,
llena toda la altura como una estatua ardiendo.
¿Por qué has derramado la vida? ¿Por qué has vertido
en cada copa tu sangre?
¿Por qué has buscado como un ángel ciego,
golpeándose contra las puertas oscuras?
Ah, pero de tu nombre sale música
y de tu música, como de un mercado,
salen coronas de laurel fragante
y manzanas de olor y simetría.
En este día solemne de despedida eres tú el despedido,
pero tú ya no oyes,
tu noble frente falta y es como si faltara
un gran árbol en medio de la casa del hombre.
Pero la luz que vemos es otra luz desde hoy,
la calle que doblamos es una nueva calle,
la mano que tocamos desde hoy tiene tu fuerza,
todas las cosas toman vigor en tu descanso
y tu pureza subirá desde las piedras
a mostrarnos la claridad de la esperanza.
Reposa, hermano, el día tuyo ha terminado,
con tu alma dulce y poderosa lo llenaste
de luz más alta que la luz del día
y de un sonido azul como la voz del cielo.
Tu hermano y tus amigos me han pedido
que repita tu nombre en el aire de América,
que lo conozca el toro de la pampa, y la nieve,
que lo arrebate el mar, que lo discuta el viento.
Ahora son las estrellas de América tu patria
y desde hoy tu casa sin puertas es la Tierra.
Guillermo Orozco Rodríguez.- Junio 25 de 2018.
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