El debate y la indignación ciudadana
Guillermo Orozco R.
Un fantasma recorre México: el fantasma de la indignación y el hartazgo social. Ahora quieren asustar al pueblo con un término inofensivo, al que le denominan populismo. Todas las fuerzas más corruptas y conservadoras del régimen neoliberal del país, los privilegiados de México, los que viven en la opulencia, se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el presidente de la república, los que encabezan sus instituciones, los simuladores que dicen ser miembros de la oposición y que ahora desdibujados están al servicio del régimen. Todos se han lanzado como jauría para tratar de impedir que se respete la voluntad popular.
Tratan de lograr por medio de la mentira y la difamación que acabar con la corrupción y mejorar las condiciones del pueblo son doctrinas que dividen a los mexicanos, lanzan a los representantes de la oposición más avanzada el epíteto de populistas.
Nada podrá evitar que el voto de los indignados que apoyan el proyecto alternativo de nación derroque al obsoleto régimen neoliberal que ha saqueado los recursos del país y convertido a México una colonia del imperio.
El tan anhelado cambio de los mexicanos ya nadie lo detiene, el voto del 1 de julio ya está definido, lo ganarán los indignados de este país que apoyan a AMLO, , esa escenografía llamada debate, que es un recurso copiado a los gringos, un Reality show, ya no modifica las preferencias de los votantes.
Al fin de cuentas a pesar de lo que digan los candidatos en los debates para darse a conocer ya está por demás, todos son ampliamente conocidos, (digan lo que digan y hagan lo que hagan los votantes duros ya están definidos. La batalla en todo caso se va a centrar en los indecisos, a ellos le apostarán los candidatos, sobre todo el segundo y tercer lugar. Aunque esos indecisos son para todos.
El segundo debate para los que con morbo esperaban lo contrario mantiene a López Obrador muy arriba de las preferencias electorales, seguido de Anaya, que afirma que sube puntos porcentuales, y Meade, que mantiene una tendencia a la baja.
La última etapa de la campaña prácticamente está definida entre López Obrador y Anaya, los priistas –con el presidente Peña Nieto a la cabeza– tendrán que decidir qué es lo más importante, respaldar a quien les ha dicho cotidianamente corruptos pero que continuará con las reformas emprendidas en el sexenio, es decir respaldar a Anaya con el fin de evitar el triunfo de López Obrador, que probablemente modificará o sepultará buena parte de las reformas peñistas.
El frentista ha sido un candidato refugiado en spots publicitarios en 50 días de campaña solo ha tenido 29 mítines y apenas ha visitado 19 estados y muy contados municipios. Por otro lado el que quiere aparecer como muy renovado el que dice ser un candidato ciudadano ahora asesorado por Carlos Alazraki y con un nuevo dirigente pero que maneja ideas y métodos viejos (René Juárez), lleva el doble de mítines que Anaya, 58 en 24 entidades, claro sin la convocatoria de AMLO.
López Obrador en cambio lleva más de 130 mítines, ha visitado 28 de los estados del país, la mayoría de los municipios realizando hasta tres eventos diarios, con una enorme capacidad de convocatoria, y ha penetrado en los estados del norte donde ha tenido avances importantísimos.
El segundo debate exhibió a Anaya según algunos analistas como un hombre que hace una teatralización eficaz pero insustancial, un histrionismo hueco. Un candidato que aparece en escena durante los debates, pero el resto de los días nadie lo ve, además que le pesa su pasado de aliado del sistema y el gran apoyo que dio para que se votaran las reformas estructurales, de las que se quiere deslindar y convertirse en crítico.
Ni Meade ni Anaya fueron al debate de Tijuana a defender propuestas, porque en realidad no las tienen, trataron de posicionarse como si fueran un producto en venta, pero en esta elección eso ya no funciona, ahora hay un
escenario de una sublevación legal y pacífica de un gran sector de la ciudadanía. El sector mayoritario de los indignados.
López Obrador, por su parte, se mantiene inamovible en la exposición y la defensa de las propuestas estratégicas que ha sostenido, con inevitables adecuaciones a las circunstancias, desde 2004, cuando publicó su Proyecto Alternativo de Nación, el cual fue actualizado en 2012, de cara a la elección presidencial de ese año (Nuevo Proyecto de Nación).
La única concesión del candidato presidencial puntero al carácter mediático y escenográfico del encuentro fue el gesto de salvaguardar su cartera ante la proximidad de Anaya y de Meade, uno señalado en una investigación por lavado de dinero y el otro mencionado como encubridor de la estafa maestra y otros saqueos al presupuesto público perpetrados en el presente sexenio. Fue, desde luego, un guiño simbólico al electorado: la cartera de AMLO no es ese pequeño rectángulo de piel con un billete de 200 pesos en su interior, sino el erario, y el reflejo de cuidarlo es una invitación a deponer por la vía de los sufragios a evitar que los representantes de quienes han gobernado mal, y han abusado del poder público, y de la que tanto Meade como Anaya forman parte.
Estamos a punto de ser testigos el 1º de julio de ver como ya no gobiernen los mismos. Por lo pronto López Obrador no perdió ningún punto como puntero que es lo más importante, pero sobre todo tampoco perdió su cartera.
Guillermo Orozco Rodríguez.- 28 de mayo de 2018.
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