martes, 5 de septiembre de 2017



Héroes ignorados del semidesierto lagunero (I) 
“La capital de la República estará donde se encuentren los Supremos Poderes y estos son representados por mi persona y por mi gobierno, además de las cajas que viajan en esas carretas”
Lic. Benito Juárez García
Por medio de la tradición oral quedó plasmada la reseña del arribo de los peregrinos de la Libertad y la defensa republicana encabezada por Don Benito Juárez y sus ministros, quienes arribaron al caserío denominado El Gatuño procedentes de la Villa de Viesca, al filo del mediodía del 4 de septiembre de 1864. Don Benito y sus fieles colaboradores fueron recibidos en la casa de la familia Álvarez Rivas, allí doña Cesárea Rivas de Álvarez sirvió personalmente la mesa de los trashumantes viajeros, en esa casona que se conserva como un monumento —pues de hecho por unas horas fue el Palacio Nacional— el Presidente de la República tomó algunos acuerdos.
“La casa de la familia Álvarez Rivas fue comprada en 1969 por parte de la Secretaría de Educación Pública con una cuota de 20 centavos aportada por cada uno de los alumnos de las escuelas federales de La Comarca Lagunera.
Con otros donativos se arregló el techo de la habitación donde Juárez despachó sus asuntos, se circuló el terreno con tela ciclónica, se pintó por fuera y por dentro y se puso un pequeño busto de don Benito Juárez García al frente además de una placa más de las que ya habían. Buena parte del mérito de todo esto corresponde al profesor Domingo Adame Vega, guerrerense, que fue director de Educación Federal en La Laguna.
Se afirma, además, que el presidente Juárez, tuvo interés en llegar a El Gatuño porque quiso encontrar y cambiar impresiones con el señor Damián Álvarez, esposo de doña Cesárea, debido a que le contaron que era de la familia de don Juan Álvarez, el famoso héroe insurgente”.
El acuerdo más importante que ese mediodía de septiembre de 1864 tomó don Benito fue el de confiar a los laguneros la custodia del Archivo General de la Nación,consistente en 55 grandes bultos y cajones que venían acomodados en 11 carretas, cuyo desplazamiento hace más lenta la marcha del grupo del gobierno legítimo.
Cuando le dijeron que la denominación del poblado se debía a que por allí abundaba una mata cuya espina tenía la forma de uña de gato llamada gatuño así mismo se enteró del paso de Don Miguel Hidalgo por ese lugar y decretó que el poblado cambiara su nombre por el de Congregación Hidalgo.
Llamó ese día el presidente a don Jesús González Herrera y le preguntó si entre sus amigos y partidarios había quienes fueran capaces de guardar un secreto y cuidar algo que se les confiaría, con la seguridad de que primero perderían la vida que revelar tal secreto y entregar al enemigo tal encargo. Don Jesús no lo pensó mucho y contestó que entre los hombres que allí estaban se encontraba el apropiado, presentándole a don Juan de la Cruz Borrego, su tío, asegurando que era la persona que podía cargar con esa responsabilidad y que se encargaría de buscar otros hombres de probada lealtad.
El zapoteca, hijo del campo al fin, había logrado entender a los que por décadas habían luchado por la tierra y se convenció con sólo verlos de que sí le serían leales incluso hasta la muerte.
Al momento en el que don Benito y de la Cruz Borrego son presentados y el primero explica al campesino —un típico ranchero lagunero del grupo de los menos pobres— la necesidad que tienen de que el archivo quede oculto y fuera del alcance de las manos enemigas, debió estar rodeado de dramatismo. Don Benito era parco en las palabras, no hacía discursos y De la Cruz Borrego, norteño típico, también hablaba poco. Pero ambos sentían hondo y cargaban frases cortas pero llenas de un rico y profundo contenido.
Con un magnetismo de confianza a primera vista el Presidente confió a Don Juan de la Cruz Borrego y a los hombres que él seleccionaría; De la Cruz Borrego sintió la responsabilidad que aceptaba y el honor de quien se lo encomendaba y así ambos sellaron una amistad para siempre; la causa de la libertad, de la república y de la justicia los ligaría hasta el día de la muerte y más allá de la muerte.Así quedaron las 11 carretas y los 55 bultos —o cajonería como también la llamaron— en manos de los laguneros. Ese tesoro invaluable era nada más y nada menos que el archivo de la nación.
El compromiso dado a de los laguneros fue el de ocultarlo y defenderlo durante unos cuantos días, si acaso algunas semanas; el gobierno calculó que en unos días más podría trasladarse de manera tal de que pudiera disponerse de él. Sin embargo “la cajonería” se quedó en La Laguna hasta los primeros meses de 1867 en que son regresados nuevamente al gobierno republicano.
Recogiendo la tradición oral conservada amorosamente y pasada de padres a hijos desde 1864 hasta la fecha, se sabe que don Juan decidió llevar el encargo cerca de La Soledad, pequeño rancho de su propiedad, tal vez para tenerlo cerca y en terreno bien conocido. De ahí se trasladan los bultos al arroyo del Jabalí con el fin de enterrarlos, posteriormente, pensando que podían mojarse los papeles en caso de que hubiera lluvias o de que alguna avenida del río Aguanaval derivara aguas —como siempre ocurría— por el arroyo del Jabalí, se vieron en la necesidad de pensar en el cambio a un sitio que no ofreciera tales riesgos.
Uno de los miembros del grupo conocía entre otras cuevas una en la falda sur de la llamada sierra de Texas y a unos seis u ocho kilómetros —en línea recta— de La Soledad y tal vez unos diez u once desde El Gatuño. La oquedad era muy poco conocida y el nombre que la distinguía de las otras era la cueva del Tabaco. Su pequeña entrada quedaba disimulada porque, cubriéndola, había las ramas de un granjeno, arbusto de ramaje tupido, de varas delgadas y espinosas, hojas pequeñas y frutos redondos que en la madurez adquieren color naranja. Después de la ardua tarea de desenterrar los bultos los llevaron entre mezquitales y arbustos hasta la cueva del tabaco.
Cierto que poca gente, muy poca y muy ocasionalmente, transitaba por esos parajes, pero había pastores, leñadores, cazadores y recolectores de las vainas secas del mezquite, procedentes de otros puntos, casi siempre desconocidos y de los que era indispensable desconfiar. Finalmente la tarea fue llevada al cabo sin tropiezo.
En cuanto a los hombres seleccionados para tal encomienda cuya lista tiene variaciones, la lista más confiable es la que proporcionó Luis Treviño Alzalde, descendiente de don Juan de la Cruz Borrego.
Dicha lista es la siguiente:
1.-Juan de la Cruz Borrego, jefe.
2.- Darío López Orduña, jefe del grupo armado.
3.- Marino Ortiz, pastor, victimado.
4.- Guadalupe Sarmiento, pastor, victimado.
5.- Gerónimo Salazar, pastor, victimado.
6.- Pablo Arreguín, custodio armado, victimado.
7.- Manuel Arreguín, custodio armado, victimado.
8.- Ángel Ramírez, custodio armado.
9.- Julián Argumedo, custodio armado.
10.- Vicente Ramírez, custodio armado.
11.- Cecilio Ramírez, custodio armado.
12.- Andrés Ramírez, custodio armado.
13.- Diego de los Santos, custodio armado.
14.- Epifanio Reyes, custodio armado.
15.- Ignacio Reyes, custodio armado.
16.-Telésforo Reyes, custodio armado.
17.- Jerónimo Reyes, custodio armado.
18.- Mateo Guillén, custodio armado.
19.- Francisco Caro, custodio armado.
20.- Julián Caro, custodio armado.
21.- Guillermo Caro, custodio armado.
FUENTE: Valdés García José Santos. Matamoros Ciudad Lagunera.- 1972.
Guillermo Orozco Rodríguez. 5- IX – 2016

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