jueves, 25 de agosto de 2016

Hace cuatro años, cuando inició su gobierno, Enrique Peña Nieto dijo que la violencia llegaría a su fin durante su administración. Auguró la paz y la tranquilidad para el país, así como prosperidad y bienestar con las reformas estratégicas, principalmente la energética, que impulsaría en el Poder Legislativo. De esta manera logró inicialmente un efecto de ilusión y de percepción a su favor, aunque detrás de estas promesas lo que en realidad estaba usando era la mentira como recurso para gobernar.
A los dos primeros años de gobierno la realidad mostró que Peña Nieto había mentido en todo lo que ofreció. Las reformas energética, hacendaria, educativa, laboral, principalmente, fueron aprobadas pero ninguna de ellas tuvo algún efecto positivo en la población.
Al contrario, la pobreza siguió creciendo, la inflación se mantuvo en menos de tres por ciento, pero subieron los precios de la canasta básica y la gasolina a pesar de que Peña Nieto había dicho que eso ya no pasaría, lo mismo que la marginación. En fin, todo fue una mentira y no hubo mejoría ni bienestar social.
Otra mentira salió a relucir a la mitad de su administración. La corrupción y la impunidad salió a flote con el caso de la llamada Casa Blanca, adquirida para su esposa Angélica Rivera a cambio de los contratos y concesiones otorgadas a Juan José Hinojosa, el constructor favorito de Peña Nieto desde que era gobernador del Estado de México. A partir de ese caso los escándalos de las propiedades de la primera dama siguieron hasta Miami, lo mismo que de otros integrantes del gabinete, como Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong.

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